martes, 9 de septiembre de 2008

El adiós de un general

La muerte es un espectáculo. Cuando alguien fallece todo el mundo habla. Es el momento en el cual se alaba o critica duramente la vida privada y pública del personaje en cuestión. Ayer fue el turno de Augusto Pinochet. Figura emblemática de uno de nuestros períodos históricos más álgidos. Alegría para algunos, tristeza para otros. Independiente desde dónde se mire, los funerales siempre son tristes. Y siempre hay una familia que sufre. Hijos que no tienen culpa alguna del apellido que llevan.  Simplemente cargan el legado por obra de la naturaleza. 
Cuando murió Gladys Marín, todo el espectro político, a pesar de las diferencias, rindió sus condolencias. Ahora que ha muerto su "archienemigo", la actitud no es la misma. Me sorprendió y es más, me choqueó, ver a tanta gente gritando y saltando de felicidad casi en la cara de los familiares. Personas que ni siquiera forman parte de la Agrupación de Detenidos Desaparecidos. De quienes podría llegar a entenderse tanta felicidad y jolgorio. Pero me refiero a grupos de jóvenes que vagamente saben lo que pasó en la historia de nuestro país durante el gobierno de Pinochet. Yo pertenezco a esa misma generación, y siento que hay temas de los cuáles uno simplemente debe abstenerse porque no fuimos parte de esa época. Creo que se trata de respeto. Y si no se tiene por el fallecido, al menos por la familia que dejó.
Yo no soy pinochetista. Lo digo abiertamente. No lo defiendo. Pero la justicia llega sola. 
Cuando uno le desea la muerte a alguien, muchas veces se cumple. Y la conciencia pesa. 

Nicole Sternsdorff F.

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