martes, 2 de septiembre de 2008

Accidente Colegio Cumbres en la Prensa

Señor Director:
Desde el viernes pasado, no me he despegado de la prensa siguiendo paso a paso las noticias del accidente que vivieron las niñitas del colegio Cumbres.
He visto también, gran cantidad de gente molesta por las publicaciones consideradas muchas veces innecesarias.
Sin embargo, paralelamente me he encontrado con padres admirablemente sabios, que habiendo perdido a sus hijos en otras experiencias tan lamentables como éstas, aseguran que lo mejor que pueden hacer los medios de comunicación es seguir difundiendo este tipo de hechos, asumiendo la responsabilidad de que sus propias experiencias pueden ser útiles para el resto de la gente, reconociendo una autodenominada responsabilidad de baluartes para el resto de nuestro país y las generaciones venideras.
Con todas esos testimonios, recordé cuando hace poco más de un año, padres e hijos nos conmovimos profundamente con un papá que apareció en las noticias rogándonos a los jóvenes que por favor nos cuidáramos y pidiéndoles a sus progenitores que por favor hicieran lo mismo.
Es en estas situaciones que me sorprendo con las reacciones de algunas personas, que aún viviendo el dolor más profundo en el alma, son capaces de pensar en el resto. Me surge la duda de si será tan difícil de cargar la pena que no se lo desean ni a su peor enemigo, o que todavía quedan seres humanos generosos capaces de pensar en el del lado y no sólo mirarse el ombligo.
El ejemplo más tangible es la familia de Magdalena Rodríguez Hermosilla, una de las niñitas que murió en el accidente. En una emotiva carta escrita a El Mercurio, agradecen a todos los que les ayudaron en este doloroso proceso; y no sólo eso, se despiden agradeciendo a todo Chile: “Muchas gracias a todos. En momentos tan difíciles como estos es un consuelo muy grande ver que por sobre toda diferencia, el país entero se une en la solidaridad con el prójimo.”
Gracias a ellos, que aun sumidos en su propio dolor, son capaces de captar lo que sufrimos las personas que no los conocemos, pero que proyectamos en esas familias nuestras propias pérdidas y de alguna manera les brindamos algún tipo de compañía.

Francisca Cordero U.
Estudiante. 22 años

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