Barack Obama logró algo más que un hecho histórico en Estados Unidos. Además de convertirse en el primer presidente de color, pudo romper con la forma convencional de la población de percibir a la política tradicional, tan vapuleada por la gestión de George Bush y su profecía autocumplida de la guerra de Irak. Con su discurso de cambio y renovación, la percepción de los jóvenes sobre la importancia que su participación tendría en estas elecciones tuvo un vuelco que desde el tiempo de Kennedy no se veía. El 66% de los jóvenes entre 18 y 29 años sintieron la necesidad de apoyar la propuesta de este afroamericano, lo que permitió generar una conciencia política y social nueva y amplia, condicionando un triunfo que a partir de los resultados de las últimas encuestas los analistas venían proyectando en los distintos medios de comunicación.
Sin embargo, las elecciones del 4 de noviembre no tienen que entenderse como un hito o un fenómeno mediático bien construido por parte del equipo de Barack Obama (al cual tampoco se le puede restar mérito por el esfuerzo titánico que realizaron sobre todo los últimos días para acaparar un horario en donde se aseguraban que todos los televisores estuvieran encendidos para pasar una propaganda del ahora nuevo presidente). Hay que tener cuidado con sobredimensionar este acontecimiento político a niveles sobrenaturales, al límite de entender la elección de un candidato negro como un hecho apocalíptico. En este sentido, las proyecciones y evaluaciones sobre la primera etapa de gestión de su gobierno y la recepción de sus políticas por parte de las personas, es un proceso que merece un tiempo pertinente de análisis. No es recomendable apresurar juicios al respecto ni tampoco comentarios que vayan en desmedro de una carta que puede ser potencialmente beneficiosa para terminar con los odiosos prejuicios de razas que no contribuyen a la construcción de un país que busca la paz en medio de una guerra que difícilmente tiene fecha de término.
Lo cierto es que Obama es el nuevo presidente de un país que se pensaba seguiría bajo el régimen republicano y los méritos a su campaña sobrepasan a la archi repetida frase: “Estados Unidos hace historia con un primer presidente de color”. Obama ganó estados que tradicionalmente eran republicanos como Ohio y Florida, logró adherencia de amplios sectores de negros e hispanos (95% y 66% respectivamente) y sin dejar de lado a la población asiática de quien tuvo un respaldo de un 61%.
Es de esperar que la sensación de optimismo y las expectativas creadas después del triunfo de Obama no se pierdan en un abrir y cerrar de ojos. De ser así, todo lo conseguido gracias a una campaña casi perfecta caería en el mejor ejemplo de marketing político visto en la última década.
Catalina Lara San Martín
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